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lunes, 22 de agosto de 2011

Han hurgado en mi intimidad. Reseña de "La Identidad" de Milan Kundera.

siempre resultaré demasiado personal... 

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Milan Kundera ha estado en mi piso. Ha hurgado en mi intimidad, ha removido mi ropa interior… Ha mirado los libros que leo, los discos que escucho. Incluso ha tirado por el suelo mis vestidos favoritos, ha gastado el perfume de rosas. Lo ha descompuesto todo. O quizás lo ha puesto en su sitio. 
"La identidad", ese puzzle de nimiedades, ese mosaico cambiante e inseguro, esa mascarada de pluralidades cantada a dos voces, a dos chirridos del pánico - Chantal y Jean Marc, una pareja de amantes. 


Sinopsis: 
 Chantal y Jean-Marc viven juntos en París y se quieren, se quieren tanto que incluso parecen confundirse. Y es que, a veces, se dan situaciones en las que, por un instante, ninguno de los dos parece reconocerse, en el que la identidad del otro se disuelve y, de rechazo, duda de la suya propia. Todo el que ama, todo el que convive en pareja, lo ha vivido alguna vez, porque lo que más teme en el mundo quien ama es «perder de vista» al ser amado. Pues eso es lo que, poco a poco, va a empezar a ocurrirles a Chantal y a Jean-Marc. Pero ¿en qué instante, ante qué gesto y en qué circunstancia precisa comienza ese aterrador proceso? Kundera atrapa al lector en el pánico que acompaña ese instante de extravío y éste ya no tendrá más remedio que adentrarse en el laberinto que recorren Chantal y Jean-Marc y en el que más de una vez deberá cruzar la frontera de lo real y lo irreal —o entre lo que ocurre en el mundo exterior y lo que elabora una mente en solitario.

"Los hombres ya no se vuelven para mirarme", dice Chantal. Lo repito yo, cada vez con más frecuencia. Como si tuvieran que mirarme para ser testigos de mi feminidad, como si fuesen mi re-afirmación... para que no cese de existir. Chantal es una mujer que olisquea nostalgia en momentos de la celebración más intensa del amor, entre un gemido y otro. Es una mujer que teme, que en la oscuridad de un párpado perderá la única seguridad de su vida - su amante. Resuena por esa grandiosa novela de Kundera, nuestra necesidad de estar atados al otro cuerpo, de acogernos a su fundamento, mantenernos en su pedestal a pesar de lo aburrido de las décadas convividas y la idiotez del paso de tiempo. 

Kundera aplica un regocijo amoroso bien sádico con la pareja, la somete a una serie de chistes y engaños epistolares varios - notas de amantes postizos que se supone que han de reivindicar la existencia de ambos, quizás depurar su relación. No hacen más que peligrarla, casi la aniquilan. Los amantes de Kundera quieren proteger y sentirse protegidos. Quieren ser espejo uno para el otro, quieren ser su definición. Todo ese amargo paripé, esa decaída solo sirve para volver a subrayar la verdad de siempre: lo único seguro y verdadero en ese mundo es el amor. Solo el amor perdura para oponerse a la presión de mañana.

Dicen los críticos que Kundera siempre re-escribía el mismo libro, pero, en realidad, lo único que hacía , era escribir sobre la vida -  construía dramas desde el gran cariño para sus personajes, porque igual como ellos, sentía como lo vacío se deslizaba en su día a día. Aunque no quería darse por vencido, sabía que era inútil divagar más. Buscaba, maduraba pociones contra todos los dolores de la existencia. Al final, siempre le quedaba poco más que el amor. 

Sé que Kundera ha estado en mi piso, que ha mirado de reojo las sábanas. Ha mirado a través de mí. Sabe perfectamente como me siento, lo que temo, puede con facilidad recitar la escala de mis miedos. Nuestros miedos. Nosotros, los que miramos cada día espejo para comprobamos si todavía estamos “aquí”, para ver si seguimos siendo como éramos ayer, siempre nos equivocamos y no paramos de decir que no pasa nada… Tememos al tiempo, llenamos nuestros días con miedo a desvanecer, buscamos eternidad en la mirada de nuestras parejas, buscamos inmortalidad en las cavernas de los placeres eróticos... Añoramos respuestas a las preguntas que odiamos pronunciar. 


Kundera ha estado en nuestros pisos, sabe el dolor del puño cerrado bajo la almohadilla cada noche – conoce ese miedo a parpadear, el miedo a desvanecer o peor aún… a no reconocerse el día después.


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Ahora recomiendo crujir con el filme "La doble vida de Verónica" by K. Kieslowski.